Salvatore resucita
voz de piedra, humor de
campana rota
Me desperté.
No por milagro,
sino porque alguien dejó
abierta la puerta del invierno
y entró el olor a sopa.
No tengo nombre nuevo.
Sigo siendo Salvatore,
el que se cayó de todos
los altares
y aprendió a rezar con los
codos.
Mi cuerpo cruje como
biblioteca incendiada,
pero mis dientes están
intactos.
Eso basta para reír.
La muerte fue aburrida.
Mucho silencio, poca
trama.
Volví porque me faltaba el
chisme,
el pan,
y el ruido de las palomas
que insultan en latín.
No esperen belleza.
Traigo solo esto:
una voz que se ríe de sí
misma
y un dedo que señala el
cielo
como quien dice:
“¡Eh! ¡Se te cayó un
ángel!”


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