El templo de la
conciencia sin juicio
No tiene altares. No tiene
dogmas. No tiene castigos. El templo de la conciencia sin juicio es un espacio
invisible donde el alma se ve a sí misma sin disfraz. No para evaluarse. No
para justificarse. Solo para reconocerse.
Allí no hay culpa. No hay
vergüenza. No hay exigencia. Hay memoria sin condena. Hay emoción sin etiqueta.
Hay historia sin peso. Porque la conciencia no juzga: observa. No corrige:
comprende. No separa: integra.
En este templo, el alma
puede llorar sin esconderse. Puede reír sin explicarse. Puede temblar sin
defenderse. Todo lo que fue, todo lo que dolió, todo lo que se eligió… se
contempla como parte del mapa. No hay errores: hay experiencias. No hay
fracasos: hay caminos. No hay enemigos: hay espejos.
La conciencia sin juicio
no es indiferente. Es amorosa. Es sabia. Es profunda. No necesita que cambies
para aceptarte. Te acepta, y entonces cambias. No exige perfección. Reconoce la
belleza del proceso.
Y cuando el alma se sienta
en este templo, aunque sea un instante, algo se libera. Algo se ordena. Algo se
enciende. Porque la conciencia sin juicio es el hogar que siempre estuvo, pero
que olvidamos visitar.

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