La protectora de la
permanencia invisible
No lleva uniforme. No
tiene autoridad. No impone reglas. Su tarea es más sutil: custodiar los
vínculos que siguen vivos aunque parezcan dormidos. Los que no se nombran, pero
laten. Los que no se frecuentan, pero sostienen.
Ella no pregunta si hubo
distancia. No mide frecuencia. No exige explicaciones. Solo escucha la
vibración que persiste. Y si aún hay resonancia, ella protege.
Su presencia es discreta.
A veces aparece como una frase que llega sin motivo. A veces como una emoción
que brota sin contexto. A veces como una certeza que no se puede explicar. Ella
no interfiere. Solo cuida.
Cuida los pactos
invisibles. Las memorias compartidas. Las promesas que no se rompieron. Los
gestos que siguen resonando en el cuerpo. Porque sabe que la permanencia no siempre
se ve. Pero siempre se siente.
La protectora no juzga si
el vínculo cambió. Solo reconoce si aún vibra. Y si vibra, lo consagra. Lo
guarda. Lo honra. Porque en un mundo que celebra lo nuevo, ella custodia lo que
resistió.
Y cuando el alma la
reconoce, algo se afirma. Algo se calma. Algo se agradece. Porque saber que un
vínculo sigue vivo, aunque no se vea, es saber que el alma no está sola.

No hay comentarios:
Publicar un comentario