La chispa que despierta
la voluntad
No tiene forma. No tiene
nombre. No tiene horario. Pero cuando aparece, el alma tiembla. Es una
vibración. Un susurro. Un temblor que no se puede explicar. No viene de afuera:
se enciende adentro. A veces por una palabra. A veces por una mirada. A veces
por una tristeza que ya no se puede sostener.
La chispa no obliga. No
convence. No promete. Solo muestra. Muestra que hay otra posibilidad. Que el
alma puede elegir. Que el cuerpo puede moverse. Que el silencio puede hablar.
Que el dolor puede transformarse.
No siempre se la reconoce.
A veces se la confunde con incomodidad, con ansiedad, con duda. Pero si el alma
se detiene, si respira, si escucha… la chispa se revela. Y entonces, algo
cambia. No todo. No de golpe. Pero algo. Un gesto. Una decisión. Una palabra que
antes no se podía decir.
La chispa no es milagro.
Es señal. No es solución. Es comienzo. No es respuesta. Es pregunta. Y quien la
sigue, aunque sea un paso, ya no está dormido. Ya no está perdido. Ya no está
solo.
Porque la chispa que
despierta la voluntad es el alma recordando que puede elegir. Y esa elección es
el mapa.

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