El desierto de la
voluntad dormida
Es vasto. Es seco. Es
lento. En el desierto de la voluntad dormida, el alma camina sin dirección,
repite sin conciencia, acepta sin vibración. No porque no pueda elegir, sino
porque olvidó que puede. Allí, la rutina se convierte en ley, el miedo en
brújula, el cansancio en identidad.
La voluntad no está
muerta. Está dormida. Espera una chispa, una pregunta, una grieta. No necesita
fuerza: necesita despertar. Porque elegir no es imponer, es recordar. No es
controlar, es vibrar. No es resistir, es encender.
En este desierto, los
milagros también existen. Pero no se ven desde la inercia. Se revelan cuando el
alma tiembla. Cuando algo dentro dice “basta”. Cuando una lágrima cae sin
explicación. Cuando una palabra resuena como campana. Entonces, la arena se
mueve. El aire cambia. La voluntad se despereza.
Y el alma, que parecía
perdida, empieza a elegir. No todo. No de golpe. Pero algo. Un gesto. Un
silencio. Un sí. Un no. Y ese pequeño acto es un oasis. Es una señal. Es el
comienzo del regreso.
Porque en el desierto de
la voluntad dormida, cada elección es un milagro. Y cada milagro, una brújula.

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