El cuadro
exhala un perfume que no existe.
Es la flor de
la podredumbre, abierta en silencio sobre la tela.
Cada trazo es
un suspiro de belleza que se pudre.
La luna
observa, impasible, como una cortesana vieja.
Hay sangre en
los márgenes, pero es sangre elegante.
El mar no ruge:
murmura como un amante cruel.
Yo me acerco al
lienzo como quien se acerca a un cadáver amado.
Lo contemplo
con deseo y repulsión.
La alegría está
muerta, pero su cadáver es hermoso.
Y en esa
belleza enferma, yo encuentro mi hogar.
El cuadro no
representa: seduce.
Y yo, que he
amado lo vil con ternura, lo entiendo.
Porque también
fui perfume de abismo.
También fui
sombra que brillaba.
También fui
beso que envenena.


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