Una imagen monocromática ronda mi
mente, mi cuerpo se revuelve entre las sábanas y una sensación extraña me
invade. Es tan nítida la visión de dos
niñas similares de melenas cortas y prolijas, amorosos vestidos ambas
descendiendo una escalera.
Una es lumínica, y la otra parece
seguirla entre las sombras. Me llena de inquietud mirar esa pared que parece no
tener fin y la escalera lateral en donde no distingo qué hay o quién está
oculto esperando a la pequeña de la valija.
Me detengo en la valija y pienso que dentro de ella habrá juguetes y libros.
Todo es surreal. Ambas niñas son parte de mí en distintos momentos de espacio y de tiempo.
El tiempo y el espacio aquí son inmutables. Sin duda es una diapositiva de mi pasado, de momentos brillantes y
sombríos. Un cordón etéreo e invisible me une a ellas, una emoción infinita me
invade, me conmuevo de mi misma.
Reconozco en la niña de las
sombras a aquella que le tocó
vivir en un orfelinato, a la huérfana. En
el instante en que se sentía como Moisés navegando por el mar de la vida a la
deriva, sin madre o padre que le
brindasen los cuidados y el amor necesario que tanto anhelaba. A pesar de todo ella estaba convencida que el
destino se torcería para darle la oportunidad de amar y ser amada. En su
interior sabía existían los milagros y
los ángeles.
Esa niña rezaba cada noche a su
ángel de la guarda con el deseo de que la vinieran a buscarla. Soñaba con
alejarse de esos catres duros, de los muros grises, de los baños comunes. La
que con todo su corazón quería alejarse
de aquella cárcel no elegida, de aquellas paredes de desamparo y frío, después de todo por qué debía estar presa en
ese lugar, sino había cometido delito alguno.
Los recuerdos dolorosos hacen que nuevamente las sábanas se agiten
como fantasmas angustiados. No logró
extirpar de mi mente esa imagen de un
submundo escalonado y gris, ese mundo
que por mucho tiempo habité con
esperanza e ilusiones.
Es así como decido seguir avanzando sumergiéndome más y más en esa atmósfera.
Quizás esa resolución hace que el lugar se llene de luz, de color, de brillo y que el resplandor se
prolongue envolviéndome y ungiéndome de paz. Cuando algo así sucede la soledad enmudece y los sonidos se amplifican se hacen familiares y agradables. No puedo evitar sonreír, presentía que la
esperanza me esperaba al final de esa
escalera.
Y como en los cuentos de hadas
hubo un final feliz. Mis deseos tuvieron
cara, cuerpo, boca y manos. Finalmente Dios puso su dulce mirada sobre mí y me
regalo a mis nuevos padres, mis padres del corazón. Los que me dieron todo, los
que me siguen dando su cariño.
Entonces entendí el porqué, el
sentido de la existencia de las dos
niñas unidas a mí ser. Porque en ese
lugar se gesto la lumínica, la elegida entre
muchas otras, la que dejó atrás las
sombras, el miedo y la tristeza. La que finalmente pudo tomar su tren de la vida, y disfrutar de la magia
del viaje, de cada estación recorrida y de cada parada por venir.
Y, todos estos acontecimientos me
llevaron a conocer la primavera, a ver con mis ojos asombrados y sentir que había
sido bendecida. Sé que me esperan nuevos desafíos y aventuras. Pero ya
no estoy sola en el pasillo están ellos
mis ángeles mis padres. Un sentimiento imposible de plasmar en
palabras crece en mí.
Creo que felicidad es la palabra que resume
el milagro. Y, ahí estoy flotando en una nube azogada, entre arrobada
y emocionada. Una convicción me dice que
ya nunca más tendré frío, que nunca más estaré
sola. Mis dos niñas interiores viven en mí con sus memorias de luces y
de sombras.
Mientras mi yo actual descansa en
una mullida y acogedora cama.