lunes, 29 de agosto de 2016

RETROSPECTIVA


Una imagen monocromática ronda mi mente, mi cuerpo se revuelve entre las sábanas y una sensación extraña me invade. Es tan nítida la visión  de dos niñas similares de melenas cortas y prolijas, amorosos vestidos  ambas  descendiendo una escalera.

Una es lumínica, y la otra parece seguirla entre las sombras. Me llena de inquietud mirar esa pared que parece no tener fin y la escalera lateral en donde no distingo qué hay o quién está oculto esperando a la pequeña de la valija.  Me detengo en la valija y pienso que dentro de ella habrá  juguetes y libros.

Todo es surreal.  Ambas niñas son parte de mí  en distintos momentos de espacio y de tiempo. El tiempo y el espacio aquí son inmutables. Sin duda es una diapositiva  de mi pasado, de momentos brillantes y sombríos. Un cordón etéreo e invisible me une a ellas, una emoción infinita me invade, me conmuevo de mi misma.

Reconozco en la  niña de las  sombras a aquella que  le tocó vivir en un orfelinato, a la huérfana.  En el instante en que se sentía como Moisés navegando por el mar de la vida a la deriva, sin  madre o padre que le brindasen los cuidados y el amor necesario que tanto anhelaba.  A pesar de todo ella estaba convencida que el destino se torcería para darle la oportunidad de amar y ser amada. En su interior sabía  existían los milagros y los ángeles.

Esa niña rezaba cada noche a su ángel de la guarda con el deseo de que la vinieran a buscarla. Soñaba con alejarse de esos catres duros, de los muros grises, de los baños comunes. La que con todo su corazón quería  alejarse de aquella cárcel no elegida, de aquellas paredes de desamparo y frío,  después de todo por qué debía estar presa en ese lugar, sino había cometido delito alguno.

Los recuerdos dolorosos  hacen que nuevamente las sábanas se agiten como fantasmas angustiados. No  logró extirpar de  mi mente esa imagen  de un   submundo escalonado y gris, ese mundo  que por mucho tiempo  habité con esperanza e ilusiones.

Es así como decido seguir  avanzando sumergiéndome más y más en esa atmósfera. Quizás esa resolución hace que el lugar se llene de luz,  de color, de brillo y que el  resplandor se  prolongue envolviéndome y ungiéndome de paz. Cuando algo así sucede  la soledad enmudece  y los sonidos se amplifican se hacen  familiares y agradables. No puedo  evitar sonreír, presentía  que  la esperanza me esperaba  al final de esa escalera.

Y como en los cuentos de hadas hubo un final feliz. Mis deseos  tuvieron cara, cuerpo, boca y manos. Finalmente Dios puso su dulce mirada sobre mí y me regalo a mis nuevos padres, mis padres del corazón. Los que me dieron todo, los que me siguen dando su cariño.

Entonces entendí el porqué, el sentido de la existencia de las  dos niñas  unidas a mí ser. Porque en ese lugar se gesto la  lumínica, la elegida entre muchas otras, la que dejó atrás  las sombras, el miedo y  la tristeza.   La que finalmente pudo tomar  su tren de la vida, y disfrutar de la magia del viaje, de cada estación recorrida y de cada parada por  venir.

Y, todos estos acontecimientos me llevaron a conocer la primavera, a ver con mis ojos asombrados y sentir  que había  sido bendecida. Sé que me esperan nuevos desafíos y aventuras. Pero ya no estoy sola en el pasillo están  ellos mis ángeles  mis padres.  Un sentimiento imposible de plasmar en palabras crece en mí.

 Creo que felicidad es la palabra que resume el  milagro. Y, ahí estoy  flotando en una nube azogada, entre arrobada y emocionada. Una convicción me dice  que ya nunca más tendré frío, que nunca más estaré  sola. Mis dos niñas interiores viven en mí con sus memorias de luces y de sombras.
Mientras mi yo actual descansa en una mullida y acogedora cama.


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