lunes, 22 de agosto de 2016

EL VIAJE




Esa noche sintió que su vida estaba en peligro. No supo si fue la serie que miraba por televisión, la conversación familiar, o la vía intravenosa que torturaba su pequeño brazo. Lo que la hizo sentir mareada y extraña.

Pensó: ¿Quién puede saber qué esta bien o qué está mal en este estado en qué me encuentro?

Las penumbras empezaron a invadirla, temía dormirse, sentía que esa noche iba a ser muy larga. Debía intentar recuperar fuerzas para el día siguiente. Su madre al lado de su cama le leía.

La  voz inconfundible de  su mamá era  una caricia que  la fue llevando al territorio de los sueños. 

A pesar de su adolescencia, no dejaba de creer que su ángel de la guarda estaba con ella y siendo así  nada malo podría pasarle y finalmente se entregó  a los brazos de Morfeo.

Ella entonces empezó a soñar que alguien le robaba un sueño, es decir, que alguien le robaba…el sueño. Llenandola de inquietud.

En el sueño robado había una pared gris, altísima, desnuda e infranqueable que le cerraba el camino y la rodeaba de manera amenazante.  

No pudo trasponerla. Encerrada, atrapada entre la pared gris y un inmenso un agujero negro, un abismo insondable se lleno de terror. 

Golpeó sus manos y las extendió hacia el cielo que era lo único que veía en su encierro con la intención de hacer desaparecer  esa visión asfixiante.

Mientras veía a su propia sombra  siguiendola. Lo único que consiguió fue que cayera la mampostería  de una escenografía falsa creada por su mente. 

El escenario apareció sin ninguna luminaria. Sin ninguna estrella. Sin ningún indicio de su sueño.

Pintó una puerta. Manchó su cuerpo de barro y sangre. Resbaló hacia otro lugar desconocido por un túnel central escalonado y grisáceo. 

Alguien dijo:  Pucha es una niña

Fue entonces cuando volvió a sentir frío y lloró. Las luces del quirófano no eran estrellas refulgentes…

Pensó desde su posición: (dónde estaban sus padres)
¿Quién apago las luces?

¡No! Porque se apagaron de repente y todo se transformó en noche cerrada.  Ni luces ni estrellas, ni dioses, ni ellos o su recuerdo balbuceando  palabras de amor.

Desde algún lugar de su nueva cartografía de viaje se le volvió intrincada la lectura. 

Alguien a lo lejos dijo: Es una niña.


De nuevo tuvo frío y lloró. Su sombra la seguía y la puerta de sus ojos  se cerraron.

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