La consagradora de
elecciones fieles
No lleva corona. No otorga
diplomas. No exige explicaciones. Su tarea es silenciosa pero sagrada:
consagrar cada elección que nació desde la vibración profunda del alma.
Ella no pregunta si fue
difícil. No mide consecuencias. No revisa resultados. Solo escucha la
fidelidad. Si la decisión fue tomada desde la verdad interior, ella la
consagra.
A veces aparece como una
calma inesperada. A veces como una certeza sin palabras. A veces como una
emoción que confirma que se eligió bien, aunque nadie lo entienda. Ella no
necesita testigos. Solo necesita resonancia.
La consagradora guarda
cada elección fiel como una estrella en el santuario. No para exhibirla, sino
para sostenerla. Porque sabe que esas decisiones son brújulas. Son señales. Son
gestos que mantienen vivo el mapa.
Y cuando el alma la
reconoce, algo se afirma. Algo se limpia. Algo se agradece. Porque saber que
una elección fue consagrada, aunque nadie la celebre, es saber que el alma está
despierta.

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