domingo, 2 de noviembre de 2025

EL CUADRO


Dedicatorias (como ofrenda o advertencia)

 

 

1.A los que miran demasiado tiempo el cuadro.

2. A los que aman con la ternura de los muertos.

3.A los poetas malditos, que nos enseñaron a escribir desde el abismo.

4.A vos, que tocaste la tela.

5. A mí, que invoque las voces y las dejó hablar.

 

EL CUADRO

 

Desde hacía semanas, cada noche, él la observaba.

Ella aparecía como una aparición: cabello rojizo y brillante, vestida siempre de negro, con un maquillaje que acentuaba su palidez como si la muerte la hubiera besado. El peinado le cubría parte del rostro, y el lápiz labial rojo parecía aplicado con la urgencia de un deseo. Era misteriosa, atractiva, y él no podía dejar de mirarla.

 

Sin saberlo, ella lo rescataba de la nostalgia.

Llenaba sus horas vacías con su presencia ritual.

Intentaba no espiarla, pero la seducción era más fuerte que su voluntad.

 

Cada noche, ella subía los escalones del viejo caserón con premura, deslizándose como una felina. Se detenía frente a una pared ocre, resquebrajada como la piel de un árbol deshojado. Allí, contemplaba un cuadro.

 

Él no entendía qué la atraía tanto.

El marco era centenario, la pintura gris, desoladora.

Un mar tumultuoso azotaba una costa de riscos.

No era bello. No era amable.

Y sin embargo, ella lo miraba como si fuera un altar.

 

Una noche, él recordó un fragmento de Una temporada en el infierno, de Rimbaud:

 

“Una tarde, me senté a la Belleza en las rodillas. —la encontré amarga.— Y la cubrí de insultos.”

 

No sabía por qué, pero cada vez que la veía, esa prosa resonaba en su mente como una advertencia. Pasaron los días. La obsesión creció. Se volvió adicto a ese rito nocturno. Pero una noche, ella no apareció. Ni la siguiente. Ni la siguiente.

 

La casa parecía más sombría que nunca. El insomnio lo enajenaba. La congoja lo devoraba. Pensó en confesarle que la había estado observando. Pero no.

Subió.

 

Los peldaños crujieron como si se quejaran de su peso. El corazón latía como un tambor de guerra. Al llegar al descanso, la pared ocre. Miró hacia arriba: el techo había desaparecido.

 

Sólo había estrellas.

Sólo luna.

La luna iluminaba el cuadro como si fuera su amante.

 

Y el cuadro estaba ahí.

No era pintura: era profecía.

Una mujer de cabellera rojiza y brillante se erguía sobre el risco.

El viento la acariciaba como si quisiera arrancarla del lienzo.

Una voz interior lo advirtió.

 

Su conciencia gritó. Pero ya era tarde. Sus dedos, traidores, acariciaron la tela. Quiso rescatarla del gris, de la turbulencia, del encierro.

Pero unas garras lo arrastraron. No hubo resistencia. No hubo salvación.

Su cuerpo se desvaneció. Su alma se disolvió.

 

Ahora es parte del cuadro.

Ahora es parte de ella.

Y desde la tela, cada noche, él la observa.

 

 

 


sábado, 1 de noviembre de 2025

Homenaje asalvatore Quasimoso


 


Salvatore resucita

voz de piedra, humor de campana rota

 

Me desperté.

No por milagro,

sino porque alguien dejó abierta la puerta del invierno

y entró el olor a sopa.

 

No tengo nombre nuevo.

Sigo siendo Salvatore,

el que se cayó de todos los altares

y aprendió a rezar con los codos.

 

Mi cuerpo cruje como biblioteca incendiada,

pero mis dientes están intactos.

Eso basta para reír.

 

La muerte fue aburrida.

Mucho silencio, poca trama.

Volví porque me faltaba el chisme,

el pan,

y el ruido de las palomas que insultan en latín.

 

No esperen belleza.

Traigo solo esto:

una voz que se ríe de sí misma

y un dedo que señala el cielo

como quien dice:

“¡Eh! ¡Se te cayó un ángel!”