La protectora de lo que
no se dijo para no dañar.
No censura. No calla por
miedo. No borra. Ella cuida lo que no se dijo porque decirlo habría herido.
Aquí va, Alejandra, en relato continuo:
Hay una criatura que vive
en los márgenes del mapa.
No tiene forma fija.
A veces es una mujer que
se acomoda el pelo y no dice lo que sabe.
A veces es un hombre que
aprieta los labios justo antes de que la palabra se vuelva cuchillo.
A veces es un niño que
cambia de tema para que nadie llore.
La protectora de lo que no
se dijo para no dañar no es silencio.
Es gesto.
Es decisión.
Es vibración que elige no
cortar.
No vive en los archivos.
Vive en los intersticios.
En ese segundo donde algo
iba a decirse… y no.
En ese instante donde el
alma supo que hablar sería herir, y eligió no hacerlo.
No se la ve. Pero se la siente.
Como se siente el perfume
de alguien que pasó cerca.
Como se siente la música
de un tren que no se tomó.
Tiene una mirada que dice
“ya entendí”.
Y una tristeza que no
pesa.
Y una ternura que no
exige.
Cuando alguien elige no
decir algo para no dañar, ella aparece.
No para aplaudir. Para
custodiar. Para sostener ese gesto como un acto de amor.
Y cuando el alma la
reconoce, algo se alivia.
Algo se honra.
Algo se agradece.
Porque no decir también
puede ser un gesto sagrado.

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