viernes, 5 de diciembre de 2025

Los mapas del alma: El guardafrenos de las decisiones que se postergaron

 


El guardafrenos de las decisiones que se postergaron

 

En una biblioteca que no existe —o que existe en todas las bibliotecas—

hay un hombre que no lee.

 

No porque no sepa, sino porque ya ha leído todo.

Y porque sabe que cada libro que no se abre también escribe su historia.

Lo llaman el guardafrenos.

 

No porque detenga trenes, sino porque detiene el instante.

Ese instante en que una decisión iba a tomarse… y no.

Ese momento en que el alma se inclinó hacia un sí,

pero el cuerpo se quedó en el umbral del no.

 

El guardafrenos no juzga.

Anota.

En un cuaderno que no tiene principio ni fin,

donde cada página es una bifurcación,

y cada bifurcación, una biblioteca.

 

Allí están las decisiones que se postergaron:

la carta que no se envió,

el viaje que se pospuso,

el abrazo que se prometió “para después”.

 

Él no pregunta por qué.

Sabe que el tiempo no es una línea, sino un palimpsesto.

Y que cada decisión aplazada no desaparece:

se convierte en otra cosa.

Un eco.

Un sueño.

 

Una página en blanco que aún espera su tinta.

Él no pregunta por qué.

Sabe que el tiempo no es una línea, sino un palimpsesto.

Y que cada decisión aplazada no desaparece:

se convierte en otra cosa.

Un eco.

Un sueño.

Una página en blanco que aún espera su tinta.

A veces, cuando alguien finalmente decide,

el guardafrenos sonríe.

No porque se haya cumplido algo,

sino porque el mapa ha girado.

Y en ese giro, la postergación se vuelve acto.

Y el archivo, destino.


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