El escriba de los
pactos no pronunciados
No escribe con tinta.
Escribe con vibración.
Con lo que se dijo sin
decir.
Con lo que se prometió sin
palabras.
Con lo que se selló con
una mirada, un gesto, un silencio.
El escriba no necesita
testigos.
Él es el testigo.
Y su archivo no está en
papel.
Está en el tiempo.
En ese tiempo que no pasa,
porque aún está esperando
que algo se cumpla.
Anota pactos entre almas
que se reconocieron sin hablar.
Entre amigos que se
prometieron lealtad sin firmar nada.
Entre amantes que
supieron, sin decirlo, que volverían a encontrarse.
Entre madres e hijos que
se entendieron antes de nacer.
El escriba no juzga si el
pacto se cumple o no.
Solo lo consagra.
Porque lo que fue sellado
en lo invisible
ya es ley en el mapa.
Y cuando el alma lo
encuentra,
no lee.
Recuerda.
Y al recordar, el pacto
vuelve a vibrar.
Y al vibrar, el mapa se
reescribe.


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