lunes, 22 de diciembre de 2025

El cuento de los cuatro que eran uno

 

El cuento de los cuatro que eran uno

Había una vez un mundo dividido. Cada pueblo tenía su nombre sagrado, su templo, su canto, su profeta. Y cada uno creía que el suyo era el único. Se hablaba de Dios como si fuera propiedad privada, como si el amor pudiera tener fronteras, como si la luz necesitara pasaporte.

Pero un día, en un cruce de caminos sin nombre, aparecieron cuatro figuras. No venían montados en gloria, ni rodeados de incienso. Venían caminando. Descalzos. Con los ojos llenos de ternura. Uno tenía una herida en la mano y una luz en el pecho. Otro traía el viento en la voz y la compasión en la mirada. El tercero caminaba en silencio, como si cada paso fuera una enseñanza. El cuarto reía con la música del universo en los labios y la danza en los pies

El primero se llamaba Cristo. No hablaba de dogmas, sino de amor que perdona. Tocaba a los leprosos, abrazaba a los traidores, lloraba con los que lloraban. No tenía templo, pero su cuerpo era altar. No tenía ejército, pero su ternura era invencible.

El segundo se llamaba Alá. No tenía rostro, pero su presencia era infinita. Su nombre era susurro en la noche, consuelo en el desierto, misericordia en medio del juicio. No pedía sacrificios, sino entrega. No exigía pureza, sino sinceridad. Era el Compasivo, el que escucha incluso cuando no se lo nombra.

El tercero era Buda. Su silencio no era vacío, sino plenitud. Caminaba sin prisa, sin afán, sin deseo. Enseñaba sin palabras, despertaba sin gritos. Su mirada era espejo, su compasión, medicina. No juzgaba: comprendía. No prometía cielos: ofrecía presencia.

El cuarto era Krishna. Su risa era música, su juego, revelación. No venía a imponer, sino a invitar. No traía leyes, sino danzas. No hablaba de castigos, sino de amor que se renueva. Tocaba la flauta y los corazones se abrían como flores.

Los cuatro se miraron. No se pelearon. No se corrigieron. No se compararon. Se reconocieron. Y entonces caminaron juntos. Por aldeas, por desiertos, por  selvas, por ciudades. A veces hablaban. A veces callaban. A veces lloraban con los que sufrían. A veces reían con los que despertaban.

Y cada vez que alguien les preguntaba: “¿Cuál de ustedes es el verdadero?”, ellos respondían con una sola voz: “El que ama”.




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