Relato del nacimiento
del Galileo
En la noche más silenciosa
del desierto, cuando las estrellas parecían encenderse como lámparas de un
templo invisible, nació el Galileo. No hubo palacios ni coronas, sino un
pesebre humilde, custodiado por animales que respiraban con calma, como si
supieran que algo extraordinario estaba ocurriendo.
Dicen que al momento de su
nacimiento:
Una estrella nueva apareció en el cielo, tan brillante que guió a
sabios de tierras lejanas, quienes viajaron durante semanas siguiendo su
resplandor.
Los pastores, sorprendidos por coros de voces celestiales, escucharon
cánticos que hablaban de paz y esperanza para todos los pueblos.
En los campos, los olivos florecieron fuera de estación, como si la tierra misma celebrara la llegada de un niño que traería consuelo.
Los animales del establo se acercaron mansamente, formando un círculo protector, y algunos narran que incluso los lobos de las colinas se detuvieron esa noche, en silencio reverente.
Los sabios llegaron con
regalos simbólicos: oro para reconocer su dignidad, incienso para honrar lo
sagrado, y mirra para recordar la fragilidad humana. Cada gesto era un presagio
de la vida que el Galileo viviría: entre lo divino y lo humano, entre la
esperanza y el sacrificio.
Y así, en la sencillez de
un pesebre, comenzó un relato que se transformó en mito universal: el
nacimiento de un niño que, más allá de credos, encarna la promesa de paz,
justicia y amor para todos los pueblos.
Villancico
Nació en la noche callada,
con estrellas de guardián,
los lobos velan su
sueño,
la tierra florece en
paz.
Pastores oyen los
coros,
sabios siguen la
señal,
un niño abre los
caminos,
Galileo universal.

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