La casa
que respira
En una casa antigua, las
paredes guardaban ecos de risas y silencios. Pero con los años, los rincones se
llenaron de objetos que ya no tenían voz: papeles amarillentos, ropas que no
abrazaban, recuerdos que pesaban más que la memoria.
Cada día, la casa
respiraba con dificultad, como si las cosas fueran piedras atadas a su pecho.
Los habitantes caminaban entre montañas de objetos, confundiendo pertenencia
con prisión.
Un día, alguien decidió
abrir las ventanas y mirar con otros ojos. No vio basura ni desorden, sino
anclas dormidas que pedían ser soltadas.
Comprendió que cada objeto
guardaba un ciclo cumplido, y que al agradecerlo y dejarlo ir, se liberaba
espacio para lo nuevo.
La limpieza se volvió
entonces un ritual:
Cada cosa entregada era un
peso que se transformaba en liviandad.
Cada rincón despejado era
un altar que volvía a brillar.
Cada gesto de soltar era
un acto de gratitud, no de pérdida.
La casa comenzó a respirar
otra vez. El aire circulaba como energía Kundalini, ascendiendo por la columna
invisible del hogar. Y quienes vivían allí descubrieron que la verdadera
abundancia no era acumular, sino crear espacio para lo que aún no había nacido.
Así aprendieron que soltar
no es renunciar, sino abrir la puerta a la claridad. Y que la limpieza, lejos
de ser castigo, es un canto de renovación.

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