El chico que no sabía
por qué se sentía raro
Se llamaba Julián, tenía
dieciséis años y una vida perfectamente programada.
Tenía sus redes, sus
juegos, sus series, sus suplementos, su rutina de gimnasio, su lista de deseos.
Tenía todo lo que se
suponía que debía tener.
Y, sin embargo, algo no
cerraba.
No lo decía en voz alta,
porque nadie lo decía.
Pero a veces, cuando se
quedaba solo, sentía una especie de vacío.
No tristeza. No
aburrimiento.
Algo más profundo. Como si
le hubieran robado algo que no sabía nombrar.
Una noche, mientras
scrolleaba sin ganas, le apareció un video extraño.
No tenía música, ni filtros,
ni hashtags.
Solo una mujer mayor, con
ojos intensos, que decía:
—Si sentís que algo no
cierra, es porque aún tenés alma.
Julián se quedó quieto.
No entendía por qué, pero
no pudo seguir scrolleando.
Volvió a mirar el video.
La mujer repetía:
—No estás roto. Estás
despierto
—No estás solo. Hay otros
como vos.
—Buscan que no pienses.
Que no sientas. Que no recuerdes.
—Pero vos ya empezaste a
recordar.
Esa noche, Julián no
durmió.
No por ansiedad, sino por
una especie de fuego.
Empezó a buscar. No en
Google, sino en su memoria.
Recordó que de chico
escribía cuentos.
Que le gustaba mirar el
cielo.
Que una vez lloró por un
pájaro muerto y le dijeron que era “demasiado sensible”.
Al día siguiente,
desinstaló tres apps.
Al otro, dejó de seguir a
los influencers que lo hacían sentir vacío.
Y una semana después,
escribió su primer cuento en años.
Lo tituló: “Los que aún
tienen alma”.
No sabía bien qué estaba
haciendo.
Pero por primera vez en
mucho tiempo, sentía.
Y eso, en un mundo anestesiado,
ya era una revolución.

No hay comentarios:
Publicar un comentario