EL VIGÍA DEL ÉTER
No habita en agua, ni en fuego, ni en aire, ni en
tierra. Es el guardián invisible que enlaza los mundos. Nadie lo ha visto, pero
todos lo han presentido en el instante en que el tiempo se detiene: justo entre
el último segundo del año viejo y el primero del nuevo.
El vigía del éter se manifiesta como un silencio
absoluto. En ese silencio, las campanas parecen suspenderse, los relojes dejan
de latir, y las estrellas se inclinan hacia la tierra. Su presencia no se
anuncia con forma ni con sombra, sino con la certeza de que todo está unido.
Se dice que fue creado para custodiar el espacio entre
los elementos, para que la sirena, el farolero, el ave y el guardián pudieran
encontrarse en un mismo tejido. El éter es el puente, la resonancia, la música
inaudible que los convoca.
Quien logra percibirlo en la medianoche del Año Nuevo
recibe un don: la capacidad de comprender que cada ciclo es infinito, que cada
final es un comienzo, y que todo lo visible descansa en lo invisible.
El hechizo no se romperá mientras alguien, en el
instante exacto de la transición, guarde silencio y permita que el misterio lo
atraviese.

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