Manual de supervivencia
para argentinos con alma (y estómago)
Crónica tragicómica en
cuatro actos y un milagro sin presupuesto
Acto I: Cristina y el
pan con relato
En aquellos días, el país
se dividía entre los que creían en el relato y los que creían en el ticket del
supermercado. Yo, que creía en el pan con manteca, sobrevivía a fuerza de
metáforas. Cada discurso era una misa, cada cadena nacional una clase de
literatura comparada. Aprendí a distinguir entre “modelo” y “realidad” como
quien distingue entre Borges y Bioy: con respeto, pero sabiendo que uno siempre
miente mejor.
Acto II: Macri y el
yoga financiero
Después vino el CEO.
Prometió luz, transparencia y globos. Yo me anoté en yoga para aprender a
respirar mientras subía el dólar. Cada vez que decía “pobreza cero”, mi vecino
se mudaba a la casa de su suegra. Aprendí que “gradualismo” era una forma
elegante de decir “te vas a ir acostumbrando”. Sobreviví a fuerza de memes,
fernet y una fe ciega en que el Excel no podía ser tan cruel.
Acto III: Fernández y
el gobierno holograma
Un día despertamos con dos
presidentes y ninguna decisión. Era como vivir en una obra de Beckett, pero sin
aplausos. Alberto hablaba, Cristina decidía, y yo trataba de entender si el
barbijo era símbolo de protección o de censura. Sobreviví a fuerza de delivery,
Zoom y la certeza de que el país era un experimento sociológico sin
consentimiento informado.
Acto IV: Milei y el
apocalipsis libertario
Y entonces llegó él. Con
la motosierra, los gritos, los perros y el plan. Yo, que ya había sobrevivido
al relato, al Excel y al holograma, me preparé para el reality show. Aprendí a
distinguir entre “libertad” y “libertarismo” como quien distingue entre un lobo
y un perro con peluca. Sobreviví a fuerza de sarcasmo, memes reciclados y una
estampita de San Perón escondida en el cajón de los impuestos.
Epílogo: El milagro sin
presupuesto
Y acá estoy. Vivo.
Argentino. Con alma. Con estómago. Con sentido del humor. Porque si algo
aprendimos en estos años es que el país no se arregla, se sobrevive. Y que cada
ciclo es un cuento maldito que, si lo contás bien, puede hacer reír, llorar y
despertar.

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