El guardián de los
pactos
No tiene rostro fijo. A
veces es anciano. A veces es niño. A veces es sombra. A veces es luz. El
guardián de los pactos no habla mucho, pero su presencia se siente. Está en el
temblor de un encuentro. En la vibración de una mirada. En el silencio que une
sin explicación.
No decide quién se
encuentra. No fuerza los vínculos. Solo custodia los pactos que las almas
hicieron antes de olvidar. Pactos de amor, de aprendizaje, de espejo, de
desafío. Pactos que duelen, que sanan, que despiertan. Pactos que parecen
casuales, pero no lo son.
El guardián no juzga si
cumplís o fallás. Solo recuerda. Solo señala. Solo susurra: “Esto ya lo
elegiste. Esto también es parte del mapa.” Y si el alma escucha, algo se
enciende. No es certeza. Es reconocimiento. Es vibración. Es memoria sin
palabras.
A veces, el guardián
aparece en sueños. A veces, en frases que no sabés por qué te conmueven. A
veces, en personas que te sacuden. No viene a explicar. Viene a activar. Viene
a revelar que el vínculo es sagrado, aunque duela. Que el encuentro es señal,
aunque confunda.
Y cuando el alma honra el
pacto, aunque no lo entienda, el guardián sonríe. No porque se cumpla un deber,
sino porque se despierta una conciencia.

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