martes, 4 de noviembre de 2025

E


 


El Cuadro y la Geometría del Abismo

Estilo Lovecratf

 

No era una mujer.

No era humana.

Su cabello rojizo parecía moverse con voluntad propia, como tentáculos que susurraban en lenguas olvidadas.

Su rostro, pálido, no reflejaba luz: la devoraba.

Cada noche ascendía los escalones como si respondiera a un llamado que yo no podía oír.

Y frente a la pared ocre, se detenía.

A contemplar el cuadro.

Ese cuadro.

 

No era pintura.

Era una grieta en la realidad.

El marco, tallado en maderas que no crecen en este mundo.

La imagen: un mar que no obedecía las leyes del agua.

Las olas se movían en direcciones imposibles.

La costa parecía viva.

Y en el risco, una figura.

Ella.

O lo que yo creía que era ella.

 

La casa, abandonada durante años, parecía respirar.

Los muros exhalaban un olor a humedad y carne.

El silencio tenía textura.

Y cuando ella desapareció, el vacío se volvió intolerable.

Fui.

No por deseo.

Por compulsión.

 

La puerta se abrió sin que nadie la tocara.

Las habitaciones estaban vacías, pero no deshabitadas.

La escalera me esperaba.

Subí.

El techo había desaparecido.

Las estrellas me observaban.

La luna parecía más cercana, como si quisiera entrar.

 

Y el cuadro.

El cuadro me miraba.

 

La figura en el risco tenía su cabello.

Pero sus ojos eran pozos.

Su piel, una membrana.

El mar se agitaba como si algo quisiera emerger.

 

Toqué la tela.

No por voluntad.

Por destino.

 

Las garras no eran físicas.

Eran conceptos.

Me arrastraron.

Me deshicieron.

Ahora soy parte del cuadro.

Parte del rito.

Parte del dios que duerme bajo las olas.

 

Y desde la tela, cada noche, yo observo.

Y espero.

Porque algún día, tú también tocarás.

 


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