sábado, 8 de noviembre de 2025

Fragmentos para un cuadro que devora

 




I.

Ella no existe.

O existe como existen los espejismos: con hambre.

Su cabello es un incendio que no pide permiso.

Su rostro, una máscara de cal y deseo.

Cada noche sube los escalones como si ascendiera al altar de un dios que exige sangre.

Yo la observo.

No por deseo.

Por condena.

 

II.

La pared ocre.

Las grietas como ramas.

El cuadro como herida.

El marco centenario, tallado por manos que ya no tienen cuerpo.

La pintura: un mar que no quiere ser mar.

Un mar que grita.

Un mar que espera.

 

III.

Ella lo contempla.

Cada noche.

A la misma hora.

Como si esperara que algo la devorara.

Como si ya supiera que está dentro.

 

IV.

 

Hoy es lunes.

La casa está más inhóspita que nunca.

Su ausencia me roe.

Toco la aldaba.

El silencio me responde con sarcasmo.

La puerta se abre.

No hay muebles.

No hay señales.

No hay ella.

 

V.

 

La escalera.

La reconozco.

Subo.

Los peldaños crujen como si se quejaran de mi peso.

El techo ha desaparecido.

Sólo hay luna.

Sólo hay estrellas.

Sólo hay cuadro.

 

VI.

 

La mujer del cuadro tiene su cabello.

Tiene su postura.

Tiene su condena.

El viento la acaricia como si quisiera arrancarla del lienzo.

Yo la toco.

La tela me responde con garras.

Me arrastra.

Me deshace.

 

VII.

 

Ahora soy parte del cuadro.

Ahora soy parte de ella.

Ahora soy parte del mar que grita.

Y desde la tela, cada noche, yo la observo.

 

 

 

 

 

 

 



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