I.
Ella no existe.
O existe como existen
los espejismos: con hambre.
Su cabello es un
incendio que no pide permiso.
Su rostro, una máscara
de cal y deseo.
Cada noche sube los
escalones como si ascendiera al altar de un dios que exige sangre.
Yo la observo.
No por deseo.
Por condena.
II.
La pared ocre.
Las grietas como
ramas.
El cuadro como herida.
El marco centenario,
tallado por manos que ya no tienen cuerpo.
La pintura: un mar que
no quiere ser mar.
Un mar que grita.
Un mar que espera.
III.
Ella lo contempla.
Cada noche.
A la misma hora.
Como si esperara que
algo la devorara.
Como si ya supiera que
está dentro.
IV.
Hoy es lunes.
La casa está más
inhóspita que nunca.
Su ausencia me roe.
Toco la aldaba.
El silencio me
responde con sarcasmo.
La puerta se abre.
No hay muebles.
No hay señales.
No hay ella.
V.
La escalera.
La reconozco.
Subo.
Los peldaños crujen
como si se quejaran de mi peso.
El techo ha
desaparecido.
Sólo hay luna.
Sólo hay estrellas.
Sólo hay cuadro.
VI.
La mujer del cuadro
tiene su cabello.
Tiene su postura.
Tiene su condena.
El viento la acaricia
como si quisiera arrancarla del lienzo.
Yo la toco.
La tela me responde
con garras.
Me arrastra.
Me deshace.
VII.
Ahora soy parte del
cuadro.
Ahora soy parte de
ella.
Ahora soy parte del
mar que grita.
Y desde la tela, cada
noche, yo la observo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario