El carnaval de la
desidia
Desfila el mundo sin
júbilo, pero con lentejuelas. No hay verdad, pero abundan los disfraces. No hay
amor, pero sobran los gestos ensayados para la foto. El carnaval de la desidia
avanza, brillante y hueco, como un cortejo fúnebre que aprendió a bailar. Las
máscaras no ocultan el rostro: lo reemplazan. Ya nadie recuerda su cara
original. El cansancio se maquilla, la tristeza se tunea, la rabia se convierte
en meme. Los tambores no suenan: vibran en silencio, como corazones
anestesiados. El público aplaude sin mirar. El alma bosteza. La compasión se
disfraza de trending topic.
En este carnaval, la
desidia es reina. Lleva una corona de excusas, un cetro de indiferencia, un
vestido hecho con retazos de “no me importa”. Saluda sin mirar. Sonríe sin
sentir. Reina sin reinar. Los niños aprenden a desfilar antes de aprender a
llorar. Los viejos olvidan que alguna vez amaron. Los poetas escriben slogans.
Los santos venden cursos de mindfulness. Los lobos aúllan en silencio, desde
los márgenes del desfile.
Y vos, que miras desde la
vereda, ¿te vas a poner la máscara o vas a prender fuego el disfraz?


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