Los alegatos del Dios
humo
Se presenta el acusado: un
Dios de humo, falso, creado por manos humanas para atormentar a otras manos
humanas. No es creador de mundos, sino fabricante de culpa. No da vida: la
vigila. No ama: castiga. No escucha: sentencia. Se le acusa de haber sido
diseñado para controlar, para sesgar el libre albedrío, para convertir la
conciencia en miedo y la espiritualidad en obediencia.
Este Dios no nace del
misterio, sino del poder. No arde en el corazón, sino en los libros que dictan
condena. No se revela en el asombro, sino en la amenaza. Su templo es el deber.
Su altar, la vergüenza. Su evangelio, la culpa heredada. Se le acusa de haber
sido usado como látigo, como grillete, como excusa para silenciar el deseo, la
duda, la diferencia.
Los alegatos se acumulan:
¿Dónde está la libertad si todo está vigilado? ¿Dónde está el amor si todo se castiga?
¿Dónde está el alma si todo se culpa?
El Dios humo no responde.
Se disuelve en dogmas. Se esconde en jerarquías. Se camufla en rituales sin
fuego. Se multiplica en voces que dicen “no podés”, “no debés”, “no sos digno”.
Pero alguien en el fondo del
tribunal enciende una vela. No para ese Dios, sino para la fuerza que crea
mundos sin condena. Para la divinidad que no vigila, sino que acompaña. Para el
misterio que no exige, sino que invita. Para el amor que no castiga, sino que
libera.
Y entonces, los alegatos
del Dios humo se convierten en humo. Y el juicio se transforma en revelación.


No hay comentarios:
Publicar un comentario