sábado, 12 de marzo de 2016

MI CASA INTERIOR


Un domingo cualquiera, es madrugada.  La noche es una enorme garganta, da la impresión  de querer tragarme.  Noche tenebrosa, fría con un cielo de un azul indefinido, oscuro, amenazante,  sin estrellas, sin embargo no siento frío, tampoco miedo, por más que el entorno material se empeñe  en inquietarme con su oscuridad.  

Espesos nubarrones se deslizan ocultando una luna tímida, las ventanas atenúan el frío, pero no el intenso silbido del viento. Una  luz tenue, corta silenciosa la espesa oscuridad son estrellas jugando a las escondidas tras las esponjosas nubes. Una lámpara ilumina mi escritorio como si fuera un sol, mientras afuera todo es noche cerrada. 

Amo este silencio cómplice, que me hace encontrar con un vestigio de mí ser;  y  mis dedos teclean estas palabras sin sentido. Fantasmas o demonios me acompañan en este instante, torturan mi mente, arrasan mis sentidos, mi sangre es impulsada a agujeros negros, insondables, como si  estos intentaran desangrarme, llevándome a otra dimensión en el pasado. Qué tontería, hablo de desangrar un cuerpo que no es mío, que me fue prestado, y que más de una vez  he maltratado. Que tantas veces maltrate. Lo hice inconscientemente,  sin darme cuenta, sin siquiera quererlo. Pero creo, que la naturaleza humana nos convida a la destrucción de nosotros mismos. Nos esforzamos por lograr metas, por hacer cosas, y lo que nos lleva años construir, lo destruimos en minutos.

Los pensamientos son como notas musicales, como una gran orquesta, donde los violines, pianos, arpas lloran. Así es cómo me atrapan los recuerdos, y la nostalgia se apodera de cada rincón de mi alma, de mi corazón. Silencio abrumador, tan lleno de sonidos sólo perceptibles para mí. Espacios inconclusos.

Y pienso en Cris diciendo: No es fácil volverse de invierno y seguir iluminando.

La profundidad de sus palabras, me sigue conmoviendo. Las acciones y los nombres perdidos, vuelven con fuerza arrolladora, diciendo aún estamos aquí. En noches claras y oscuras, recordándome que los ocasos son albas perennes, que las sombras conciben su luz, el frío, su calor y la casa de mi infancia sigue siendo un refugio, aunque ya no viva en ella.

Porque esa casa vive en mi mente, y está habitada por todos los que amé. También esta esa pequeña niña, llena de sueños, traviesa, esa golondrina del aire descubriendo la vida. Por eso no temo a la oscuridad, porque mil faros interiores iluminan mi existencia con sus enseñanzas.


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