Del abismo al mapa
Hubo un tiempo en que la palabra era filo.
En que la prosa ardía como testimonio.
En que cada frase era un acto de defensa,
una denuncia contra el olvido,
una trinchera de papel contra la injusticia.
Escribí con rabia.
Con hambre.
Con la urgencia de quien sabe que si no grita, se apaga.
Nombré lo innombrable.
Rasgué el velo.
Mostré la herida.
Pero un día, sin saber cómo,
la palabra dejó de sangrar.
No porque sanara,
sino porque algo más profundo empezó a latir.
Y entonces aparecieron los mapas.
No como evasión,
sino como revelación.
No para olvidar la sombra,
sino para trazar el camino a través de ella.
Del abismo al mapa hay un puente invisible.
Hecho de lágrimas, de intuiciones, de silencios.
Un puente que no se construye: se recuerda.
Y al cruzarlo, la palabra ya no hiere: despierta.
Ya no acusa: acompaña.
Ya no arde: alumbra.


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